Sistema inmunitario: la primera línea de defensa del cuerpo

Los mecanismos de defensa del sistema inmunitario son formidables, pero necesitan apoyo para funcionar bien, especialmente a medida que envejecemos.

 ·  12/07/2023
Sistema inmunitario: la primera línea de defensa del cuerpo

La función del sistema inmunitario es proteger al cuerpo contra el ingreso de virus, bacterias y parásitos. Su reacción inmediata a tales peligros se denomina “respuesta inmunitaria”.

Este sistema hace su trabajo dentro del cuerpo: los revestimientos interiores del intestino y de los pulmones, por ejemplo, atrapan la bacteria invasora, mientras que las bacterias útiles que se encuentran en el intestino impiden el ataque por parte de organismos nocivos. La lucha continúa en la orina, la cual elimina los gérmenes de la vejiga, mientras que en los vasos sanguíneos, los glóbulos blancos llamados neutrófilos son muy eficientes para buscar y matar intrusos infecciosos.

Tenemos protección inmunitaria interna desde el nacimiento, es decir, mecanismos que siempre están listos para combatir a los invasores. Pero el sistema inmunitario también puede aprender: tiene la capacidad de identificar y derrotar a nuevos y diferentes enemigos.

Esta inmunidad “adquirida” o “adaptable” significa que el cuerpo queda prevenido, una vez que se ha encontrado con una forma particular de ataque a sus sistemas; la próxima vez, el organismo estará mejor equipado para luchar contra los invasores. Ésta es una de las ventajas positivas de envejecer.

Guerra bacteriológica

Aquí describimos el trabajo del sistema inmunitario en términos militares, pero ésta no es una simple metáfora: el cuerpo está sujeto a la invasión de organismos que tienen la intención de apoderarse de nuestro territorio corporal. Y es un hecho biológico que poseemos fuerzas a nuestra disposición cuya función es resistir: los glóbulos blancos o linfocitos.

Los dos tipos principales de linfocitos (T y B) se producen en la médula ósea; los linfocitos B maduran allí, mientras que los linfocitos T se despliegan en el timo (una glándula que se encuentra arriba del corazón), donde maduran de manera completa y luego pasan al bazo y a los ganglios linfáticos, listos para enfrentar la infección. Antes de que los linfocitos T comiencen a trabajar, necesitan aprender a detectar invasores extranjeros específicos; este proceso fundamental se produce en el timo.

El timo va desapareciendo

A medida que el cuerpo envejece, el timo se contrae (para cuando llegamos a los 60 años de edad, solamente quedan unos cuantos restos) y el cuerpo produce muchos menos linfocitos T. La ciencia moderna no entiende completamente por qué se da este fenómeno, pero puede haber una razón evolutiva subyacente.

Quizá el timo tenga que estar activo durante la juventud para darle al cuerpo tiempo suficiente de aumentar la resistencia a las sustancias extrañas (antígenos); una vez que se ha desarrollado el sistema inmunitario, el timo se marchita y permite que el cuerpo distribuya su energía en otras partes.

Sin embargo, en el futuro, quizá sea posible restaurar los componentes del sistema inmunitario y renovar el suministro de linfocitos T. Científicos de todo el mundo observan de cerca la regeneración inmunitaria.

Qué hacen los linfocitos B y T

El cuerpo produce distintos tipos de células inmunitarias. Los linfocitos T citotóxicos atacan y matan a otras células si han sido infectadas por virus o bacterias, y detienen la reproducción y la propagación de la infección. Los linfocitos T cooperadores estimulan a los linfocitos B para que produzcan anticuerpos (proteínas que se adhieren a los invasores, y los marca para que el cuerpo sepa que debe matarlos).

Otro grupo, conocido como los linfocitos T naive, está formado por células nuevas, desarrolladas en respuesta a un microbio recién encontrado; se convierten en linfocitos T de memoria especializados después de un primer encuentro, y proliferan con el fin de responder rápidamente a un nuevo ataque similar. En los recién nacidos, la cantidad de linfocitos T naive es alta, en comparación con los linfocitos T de memoria, pero, para la edad adulta, los linfocitos T naive ya han “conocido” antígenos (sustancias extrañas) y se han convertido en linfocitos de memoria.

Los mayores casi no tienen linfocitos T naive: es como si el cuerpo supusiera que ha visto todo tipo de ataque que pueda llegar a enfrentar. Pero también puede ser sorprendido con la guardia baja, por ejemplo, por una nueva cepa de gripe (influenza).

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Un sistema con más experiencia

A medida que el sistema inmunitario envejece, no puede responder tan rápidamente como antes (un proceso llamado inmunosenescencia). Podrás notar, por ejemplo, que a veces tardas más en curarte, o que las heridas sanan de manera más lenta que cuando eras más joven. Hay muchas explicaciones posibles para esto, incluidas las modificaciones químicas que se dan dentro de las células y que están relacionadas con la edad, así como las diferencias en las proteínas que se encuentran sobre las superficies celulares, incluso alteraciones en órganos enteros. Por separado, cada una puede ser bastante trivial, pero juntas pueden tener un efecto radical sobre la salud en general.


¿Son los problemas inmunitarios una causa del envejecimiento o uno de sus efectos?

Aún no se sabe, pero lo cierto es que la enfermedad no es una parte inevitable del envejecimiento. La inmunogerontología plantea interesantes preguntas sobre la evolución del sistema inmunitario. Los datos obtenidos de quienes viven vidas más largas sugieren que las personas pueden marcar una diferencia real en su salud y longevidad. Mediante el control de las respuestas inmunitarias a medida que envejecemos, y la implementación de algunos cambios razonables en el estilo de vida para mantenerlas fuertes, podemos ser el mayor aliado de nuestro sistema inmunitario en la lucha por defender nuestra salud.

Construye tu fortaleza

Podemos ayudar a que nuestro sistema inmunitario trabaje de manera óptima si nos enfocamos en ciertos aspectos de nuestro estilo de vida. Aquí te presentamos algunas formas de mantener una inmunidad saludable:

Aléjate del humo.

Los fumadores activos y pasivos son más propensos a contraer infecciones, que también pueden ser más graves que en quienes no están expuestos al humo. Esto quedó demostrado por un estudio del año 2010 llevado a cabo en Cincinnati, Ohio, en el cual se mostró que tanto el tabaquismo como la exposición al humo de segunda mano en enfermeras actuaban de manera negativa sobre su sistema inmunitario.

Acércate a la actividad.

Pregúntate si haces suficiente ejercicio. Si estás en forma y tienes buena movilidad, proponte incorporar una rutina de ejercicios aeróbicos y de elongación. Algunas opciones para personas mayores de 65 años son realizar 20 a 30 minutos de caminata rápida, yoga, baile o cortar el césped o hacer tareas de jardinería casi todos los días de la semana.

Para una persona con menor movilidad, es beneficioso realizar cualquier actividad, por más liviana que sea. Esto también puede ayudar a mantener un peso saludable, debido a que el sobrepeso aumenta el riesgo de desarrollar enfermedades como diabetes, cáncer y males cardiacos. Y parte de la razón radica en que el exceso de adipocitos afecta el sistema inmunitario, y causa una inflamación peligrosa que, a su vez, daña los tejidos corporales.

Duerme lo suficiente.

Una buena noche de sueño es esencial para que el sistema de defensa del cuerpo trabaje al máximo de su capacidad; en cambio, no dormir durante largos periodos puede desgastar las respuestas inmunitarias, lo que llevará a que se produzcan menos anticuerpos para combatir las infecciones.

Alimenta tu inmunidad.

Una alimentación bien equilibrada, que responda a todas las necesidades nutricionales del cuerpo, ayuda a proteger contra la infección. Para lograrlo, elige muchas frutas, verduras, fibra y granos enteros, así como alimentos que sean bajos en grasas saturadas y azúcares.

Cuida la limpieza.

Sé escrupuloso con la higiene al preparar, cocinar y almacenar los alimentos. Limpia a fondo el interior de tu refrigerador con regularidad y comprueba que
la temperatura sea lo suficientemente baja (entre 0 y 5 °C). Cuando prepares la comida, cuida la limpieza de la cocina y lávate las manos con frecuencia. Esto reducirá el número de agentes patógenos que pudieran ingresar en el cuerpo.

Despídete de las toxinas.

Limita la cantidad de productos químicos tóxicos que utilizas en casa, como detergentes y cloro; si no los necesitas, no los uses. No mezcles diferentes productos químicos, ya que esto puede emitir gases nocivos.

Protégete.

Otra medida preventiva fundamental es sacar provecho de las vacunas para las personas mayores: una vacuna anual contra la gripe y una contra la neumonía, de una sola vez, si es necesario (consulta a tu médico). Acostúmbrate a hacerte chequeos, como examen de la vista, mamografía, detección del aneurisma aórtico abdominal, prueba de antígeno prostático específico y prueba de sangre oculta en heces.

Evita los germenes

Las personas mayores tienden a no mezclarse mucho en grupos; además es menos probable que trabajen en una oficina o pasen el día en un salón de clases. Esto significa que se enfrentan a un menor número de microbios, pero todavía hay posibilidades de que se topen con “nuevos” agentes patógenos: a través del contacto cercano con los nietos, en centros comerciales, medios de transporte o instalaciones públicas (como bibliotecas y piscinas).

Una enfermedad que no contrajiste durante la infancia, como la rubeola o la varicela, o un virus del resfriado que los linfocitos T de memoria no han identificado antes, pueden ocasionar problemas al sistema inmunitario, lo cual, debido al número reducido de linfocitos T naive, puede derivar en complicaciones de mayor gravedad que en las personas más jóvenes. Para evitar infecciones:

  • Lávate bien las manos después de usar el transporte público y cuando llegues a casa después de una salida.
  • Ve de compras y utiliza el transporte público fuera de las horas pico