Como hemos visto, nuestro cerebro y el microbioma intestinal están muy relacionados. Se influyen mutuamente a través de un importante eje cerebro-intestino. Este es el resultado de un gran número de estudios. Además, hay indicios en estudios recientes de que una modificación de la flora intestinal no solo puede influir en el propio intestino, sino también en enfermedades sistémicas, como la esclerosis múltiple (EM), la enfermedad de Parkinson o la artritis y el reumatismo. Al parecer, esto se aplica incluso al proceso de envejecimiento, según los últimos descubrimientos sobre el tema del microbioma.
Un equipo de investigación dirigido por el neurocientífico John Cryan, del University College Cork, demostró en un experimento con ratones que los animales de edad avanzada presentaban un rejuvenecimiento tras
el trasplante de heces de sus congéneres más jóvenes. El proceso tuvo un efecto sobre el SI y el cerebro, que se debió a un cambio en la actividad de los genes. Por un lado, mejoró el metabolismo y, por otro, aumentó el rendimiento físico y mental. Se detectaron cambios en el hipocampo, la zona del cerebro encargada de almacenar los contenidos de la memoria.
El hallazgo anterior fue complementado por otro estudio que examinó el microbioma de tres grupos de edad. En una colaboración de investigadores japoneses y estadounidenses dirigida por Yuko Sato, de la Facultad de Medicina de la Universidad de Keio (Japón), se analizaron los microbiomas de japoneses de 100 años o más, de entre 85 y 89 años, o de entre 21 y 55 años.
Entre los longevos, los investigadores hallaron una acumulación característica de microorganismos que sintetizaban ciertos ácidos biliares secundarios. Estos se forman durante la degradación bacteriana de los ácidos biliares primarios que se producen en el hígado y llegan al intestino delgado a través de la bilis. De estos se sabe que son capaces de inhibir el crecimiento de bacterias intestinales patógenas, incluso multirresistentes.
Entre ellas figuraban en el estudio, en particular, las Odoribacteraceae, que producían niveles especialmente elevados de ácido isoallo-litocólico. Este muestra un fuerte efecto antimicrobiano contra las bacterias grampositivas, como los gérmenes intetinales patógenos Clostridioides difficile, así como Enterococcus faecium, que también se encuentran entre los gérmenes hospitalarios más comunes.
Los científicos suponen que así se inhibe el crecimiento de gérmenes nocivos y, como consecuencia, se ralentizan las enfermedades o procesos de la vejez.
Según estudios anteriores, las personas mayores de 100 años suelen ser poco propensas a contraer enfermedades, infecciones e inflamaciones crónicas a pesar de su avanzada edad. También se descubrió que la flora intestinal cambia en los adultos mayores sanos.
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