El miedo es una emoción que para muchos es común, aunque para otros es una emoción que les es ajena. | Foto: Pexels.
El ser humano se enfrenta durante toda su vida a las emociones, ¿cierto? Si vives una experiencia como el lanzarte de un avión, es común que sientas miedo y la adrenalina subiéndote, pero este no es el caso de Jordy Cernik, un británico que perdió la capacidad de sentir el miedo luego de que le fueran extirpadas las glándulas suprarrenales, esto como un tratamiento contra el síndrome de Cushing, y es que el procedimiento, pensado porque el síndrome provoca que dichas glándulas produzcan mucho cortisol, la hormona del estrés, también eliminó cualquier respuesta de temor. Lo que causa que actividades extremas no generen la más mínima reacción fisiológica en el paciente.
Esta situación es comparable a la que se da con la enfermedad de Urbach-Wiethe, un trastorno genético muy raro (que ha sido diagnosticado en 400 personas). La enfermedad está causada por una única mutación en el gen ECM1, que se encuentra en el cromosoma 1.
ECM1 es una de las muchas proteínas cruciales para el mantenimiento de la matriz extracelular, una red de soporte que mantiene las células y los tejidos en su lugar. Cuando se daña, el calcio y el colágeno comienzan a acumularse, causando la muerte celular. Siendo la amígdala una parte del cuerpo que parece ser particularmente vulnerable a este suceso, justo esta región del cerebro desde hace tiempo se cree que desempeña un papel en el procesamiento del miedo.
Justo es el caso de una paciente de la enfermedad de Urbach-Wiethe, a la que conoce como SM. Ella dejó de sentir miedo cuando la enfermedad destruyó su amígdala.
Su caso es estudiado por un equipo en el que participa Justin Feinstein, quien señala que lo notable es que en su caso la afectación es específica del miedo, ya que su capacidad de procesar otros tipos de emociones está prácticamente intacta.
En el caso de SM, ella no puede ser condicionada por el miedo, es decir, no experimenta un latido cardiaco acelerado ni una descarga de adrenalina cuando se le presenta un estímulo que previamente se ha asociado con dolor; tampoco puede reconocer las expresiones faciales de miedo de las demás personas, pero sí las de alegría o tristeza, teniendo dificultades para reconocer y evitar situaciones peligrosas.
Esta situación ha provocado, relata Feinstein, que ella tienda a acercarse a personas que debería evitar, lo que la ha involucrado en problemas. De hecho, en un estudio los investigadores pidieron a una persona desconocida que se acercara a SM a la distancia que ella determinara que sentía comodidad, siendo su distancia preferida de 0.34 metros, casi la mitad de otros voluntarios, lo que sugiere que se siente inusualmente cómoda con la gente en su espacio personal.
Algo que sugiere que la amígdala podría desempeñar un papel en la organización de nuestra respuesta al mundo social. Aunque hay algunos tipos de miedos que parecen ocurrir independientemente de la amígdala.
En un experimento, Feinstein y sus colegas le pidieron a SM que inhalara dióxido de carbono, algo que provoca una sensación de miedo y asfixia en algunas personas y, aunque los científicos esperaban que reaccionara sin miedo, para su sorpresa ella entró en pánico. Asimismo, otros dos pacientes, también con daño en la amígdala, experimentaron un miedo intenso durante el experimento.
El hallazgo impulsó a Feinstein a una búsqueda que duró una década para descubrir el papel de la amígdala en el miedo. Él encontró que existen dos vías diferentes para el miedo en el cerebro, según si la amenaza es externa o interna. Ante amenazas externas, la amígdala guía las demás partes del cerebro y el cuerpo para que produzcan una respuesta.
Primero recibe información de las áreas cerebrales que procesan la visión, el olfato, el gusto y la audición. Si esta detecta una amenaza, envía mensajes al hipotálamo, una región justo por encima de la nuca.
Este se comunica entonces con la glándula pituitaria, que a su vez induce a las glándulas suprarrenales a liberar cortisol y adrenalina al torrente sanguíneo, lo que provocará un aumento de la frecuencia cardiaca y la presión arterial, manifestándose los síntomas clásicos de lucha o huida, que son propios del miedo, de acuerdo con Feinstein.
Sin embargo, ante amenazas internas, el cerebro gestiona la situación de forma distinta; el cuerpo interpreta, en el caso del dióxido de carbono, esto como una señal de asfixia inminente, ya que no existen sensores de oxígeno en el cerebro. La investigación del especialista demostró que es el tronco encefálico, una región que regula funciones corporales inconscientes como la respiración, la que detecta el aumento de CO2 e inicia la sensación de pánico.
La amígdala frena esa respuesta previniendo el miedo, por eso es que los pacientes como SM (que carecen de ella) presentan una respuesta tan exagerada; sin embargo, los científicos desconocen por qué la amígdala funciona de esa manera.
La historia de SM pone de manifiesto por qué desarrollamos los seres humanos el miedo en primer lugar. Señalar que todos los vertebrados, incluyendo mamíferos, aves, reptiles, anfibios y peces, poseen la amígdala, que nos es de gran ayuda para la supervivencia. Cuando este órgano se daña y se devuelve al ser vivo a la naturaleza, este suele morir en cuestión de horas o días, señala Feinsestein; eso se debe a que, sin este circuito esencial para desenvolverse en el mundo exterior, los animales se exponen a situaciones peligrosas.
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