Se estima que existen más de 200 mil especies de hongos en México.
Pasan desapercibidos entre la hojarasca del bosque, pero sin ellos, la vida simplemente no sería posible.
Los hongos no solo descomponen materia orgánica y nutren los suelos; también conectan raíces, permiten el crecimiento de árboles, regeneran ecosistemas dañados y alimentan culturas enteras. Sin embargo, en México, su importancia sigue siendo ignorada por la mayoría.
Este agosto, un evento llamado “Día del Hongo” sirvió como recordatorio de todo lo que los hongos representan para el país.
Realizado en las montañas del Valle de México, en Reserva Santa Fe, esta jornada reunió a expertos en micología, cocineros comprometidos con la sostenibilidad y ciudadanos interesados en aprender más sobre estos organismos esenciales.
Más allá de la experiencia puntual, lo que quedó claro es que hablar de hongos es hablar de ecología, salud pública, cultura ancestral y soberanía alimentaria.
México es uno de los países más megadiversos en cuanto a hongos. Se estima que en nuestro territorio existen más de 200 mil especies fúngicas, aunque solo unas 7 mil han sido estudiadas formalmente. Muchas de ellas son comestibles, medicinales o fundamentales para mantener el equilibrio ecológico de los bosques.
Pero esa riqueza está en riesgo. La deforestación, el cambio climático y la expansión urbana han alterado los hábitats donde crecen, y con ellos se va también el conocimiento que comunidades rurales e indígenas han desarrollado durante siglos.
“La micología no solo es ciencia, es cultura y es memoria. Los hongos fueron parte de las dietas originarias, de las prácticas medicinales y de las cosmovisiones de pueblos enteros. Rescatarlos también es resistir al olvido”, explica uno de los especialistas que participó en la caminata educativa del evento.
El encuentro también abordó otro ángulo clave: la relación entre los hongos y los sistemas de cultivo sustentables. Durante la jornada, el chef Lucio Usobiaga, fundador de Baldío, el primer restaurante Zero Waste en México, presentó un menú basado en hongos silvestres recolectados en la zona.
Usobiaga no solo cocina, también educa. Su trabajo está vinculado con proyectos agroecológicos como Arca Tierra, que promueve el rescate de las chinampas en Xochimilco: un sistema agrícola milenario que no erosiona el suelo, promueve la biodiversidad y está siendo reactivado por jóvenes agricultores y cocineros.
Este tipo de iniciativas buscan demostrar que sí es posible alimentarnos sin agotar los ecosistemas. “La sostenibilidad no tiene que estar peleada con el sabor ni con la sofisticación”, dice Usobiaga. “Los hongos son un ejemplo perfecto: crecen sin dañar, regeneran, nutren”.
Aunque México cuenta con un enorme acervo biocultural, el conocimiento sobre hongos está prácticamente ausente en los libros escolares y en la educación ambiental.
La mayoría de las personas solo conoce unas cuantas variedades comestibles —y muchas veces les teme—, ignorando que hay especies fundamentales para procesos ecológicos y otras con gran potencial médico.
Espacios como el “Día del Hongo” ayudan a cerrar esa brecha. Durante el evento, se ofrecieron charlas abiertas sobre la diversidad de hongos en la región, se realizaron caminatas de recolección consciente y se compartieron métodos de identificación, preparación y conservación. Se trató, más que de una celebración, de una clase de ecología práctica al aire libre.
Eventos como este no deben quedar como una anécdota de agosto. La educación ambiental, el reconocimiento del saber ancestral y la conservación de los hongos deberían formar parte de una agenda nacional que hoy, más que nunca, es urgente.
En tiempos de crisis climática, volver a mirar al suelo —literalmente— podría ser una respuesta. Los hongos están ahí, trabajando en silencio, sosteniendo los ecosistemas. Reconocerlos, protegerlos y aprender de ellos es también una forma de protegernos a nosotros mismos.
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