¿Se te antoja un trozo de pastel? Échale la culpa al sistema límbico, que regula nuestra respuesta al placer. ¿Tuviste que correr frenéticamente por la calle para eludir a un perro feroz? Agradécele al sistema límbico, responsable de nuestros instintos de supervivencia.
El sistema límbico es un conjunto de estructuras del encéfalo con límites difusos que están especialmente conectadas entre sí y cuya función tiene que ver con la aparición de los estados emocionales o con aquello que puede entenderse por “instintos”, si usamos este concepto en su sentido más amplio. El miedo, la felicidad o la rabia, así como todos los estados emocionales llenos de matices, tienen su principal base neurológica en esta red de neuronas.
Así pues, en el centro de la utilidad del sistema límbico están las emociones, aquello que vinculamos con lo irracional. Sin embargo, las consecuencias de lo que ocurre en el sistema límbico afectan a muchos procesos que, teóricamente, no tenemos por qué asociar con la cara emotiva del ser humano, como la memorización y el aprendizaje.
Esta área diminuta hace los recuerdos perdurables. Junto con el hipotálamo regula el comportamiento agresivo, el impulso sexual y el apetito. Es el mayor responsable de la memoria espacial y la orientación. En caso de Alzheimer, es el primer sector en lesionarse.
Ayuda a regular el miedo, la ira y la respuesta sexual. Según los neurólogos, tiene un papel preponderante en el proceso de los recuerdos emocionales, como la graduación de la universidad. Nuevas investigaciones sostienen que tiene que ver en la formación de todos los recuerdos perdurables, sin importar su naturaleza.
¿Te late más rápido el corazón al solo pensar en un acontecimiento futuro? Ese es el hipotálamo en acción. Del tamaño de una almendra, esta zona tiene un control sorprendente sobre lo que sucede en nuestros cuerpos e incluso sobre nuestros estados de ánimo y actos. No solo controla la excitación y el comportamiento sexual, sino que regula el hambre y la sed, el sueño y la vigilia, reacciones al dolor y al placer, niveles de ira y agresión e incluso la temperatura del cuerpo, el pulso, la presión sanguínea y demás respuestas físicas a los acontecimientos emocionales.
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